mercoledì 11 novembre 2009

Nietzsche - postmodernidad - nihilismo (Tercera Parte)


La caída de los mitos modernos


3) Cae también, según lo dicho precedentemente (Cf. Parte Primera y Segunda, ya publicadas) otro mito: el Progreso. Concebido por la “diosa razón” como un proceso evidente e indiscutible, objetivo e imparable, estaba escrito con leyes eternas en los plieges ocultos de la Historia, del Espíritu o de la Materia. De esas míticas entidades, mentes iluminadas lograban leerlo e interpretarlo, legitimándolo como “científico” (haciendo pie, entre otras cosas, en la teoría evolucionista) para presentarlo a las masas y así soñar, como Espartaco, un protagonismo que por siglos les había sido negado. Por honestos y nobles motivos, millones y millones de hombres aspiraban a un bienestar o “patria de la felicidad” del cual por siglos se habían visto, por varias razones, privados.

El mito del progreso imparable y la llegada a la idílica patria, tal como denunció K. Popper en Miseria del historicismo (1944.1945) y en La sociedad abierta y sus enemigos (1945), es la concepción para la cual, paradójicamente el futuro no es ni abierto ni creativo, es decir no se concibe la posibilidad del novum. El mañana es cerrado, no trae nada nuevo, pues todo está pre-contenido en el presente dado que la razón lo puede prever, anticipar, calcular. En el fondo, el mañana no es más que lo que está contenido en el hoy y que, cuando es aferrado por la razón, se transforma en la fuente de sentido, una especie de dios que requiere toda clase de sacrificios.


3.1) Esa es la concepción que criticó Popper conocida como histori-cismo. Esta tesis, en efecto, afirma que existen leyes inmutables del desarrollo histórico que, si conocidas, permiten prever a grandes rasgos lo que ocurrirá. Esto significa, en otros términos, que la Necesidad gobierna, que la Fatalidad nos tiene, como les sucedía a los griegos respecto a los dioses del Olimpo, en sus manos y que la libertad es una ilusión, o, como decía el filósofo Baruch Espinoza, “una necesidad comprendida”.

Pensemos seguidamente en la ley de los tres estadios del francés A. Comte, padre del positivismo. Según esta tesis, después de pasar “necesariamente” del estadio mítico-religioso al estadio filosófico-metafísico nos instalaríamos definitivamente en el estadio científico-positivista; pensemos en las leyes del materialismo dialéctico e histórico predicado con pretensión científica por el marxismo. Según tal lectura, volente o nolente (queramos o no) las leyes del progreso nos llevaban necesariamente a la sociedad maravillosa, la sociedad sin clases; pensemos en la fe ciega del capitalismo en la marcha ineludible de la economía que, según el liberalismo radical, llevaba, sin ninguna posibilidad de regreso, de la barbarie a la civilización, de la indigencia al confort, y alienándonos - gracias al aparato publicitario mediático - en la lógica del tener, identificada con la felicidad,.

La crisis económica reciente ha mostrado, como punto culminante, la absurdidad de este último mito, el cual ha dado origen, conviene no olvidarlo, a un capitalismo salvaje y a una antropología despiadadamente individualista. Con su aguda y penetrante mirada, lo había notado ya K. Marx cuando subrayaba que en el capitalismo las relaciones de producción son de naturaleza tal que revolucionan o desestabilizan continuamente los vínculos comunitarios a favor del ‘capital’.

3.2) Esta concepción antropológica - conviene recordarlo - configura un hombre siempre más encerrado en sí mismo, autorreferencial que, como Narciso, considera su yo sagrado y el otro una espece de prótesis, un apéndice. Y no debemos olvidar que Narciso - como magistralmente enseña el mito griego - por no mirar más que a sí mismo, dejó de lado al “otro”, única posibilidad - como enseña el personalismo dialógico, la fenomenología, buena parte del existencialismo y de la psicologia - de romper el solipsismo que lleva, no sólo a la atomización de la sociedad, sino también e irremediablemente al yo a la paranoia o a creerse el ombligo del mundo (el otro y lo otro a mi servicio). Adorando su yo (ego-latría) Narciso - y aquí está la paradoja - no solo condenó a la locura al otro (Ninfa Eco), sino que se perdió a sí mismo, pues murió ahogado en las aguas del lago, atraído irresistiblemente por su propia imagen, con la que estaba fascinado. Ciego y sordo para ver el rostro del otro y escuchar su voz, única puerta de acceso, dramática pero no por eso menos festiva, a la verdad de sí mismo, al auténtico rostro humano, Narciso sucumbió en soledad, víctima de sus propias manos, bajo la sonrisa irónica de los dioses que, como narra el mito griego, ni una sola lágrima derramaron.


3.3) Retomando el tema, la idea de progreso, al igual que la idea de una pretendida historia universal como ley incontrastable, en el fondo no es otra cosa que la secularización o “inmanentización” de la idea de Providencia de origen judío-cristiana. No es Dios para la Modernidad, quien conduce la historia. Su puesto ha sido ocupado por leyes intrínsecas, eternas como él. Es otra justificación del sacrificio sin solución de continuidad, pues tales leyes son diosas anónimas e impersonales que exigen la obediencia ciega y sin lamentos. Generaciones enteras deben someterse aunque no lleguen al estadio final. Lo importante es ser abono para que otros puedan continuar caminando sobre eso. Caso contrario, estamos en plena irracionalidad o traición a las normas que rigen, inexorablemente, la evolución de la humanidad hacia el paraíso final. He aquí una mundana versión del cielo prometido por la religión, pero sin resurrección.

En manos del poder político y militar (fascismo, nacionalsocialismo, marxismo, comunismo...) este tipo de visión nos hizo recorrer un camino que, sin ponernos melodramáticos, desembocó varias veces en el mundo occidental, en un abismo sin final. De ese camino, el hombre postmoderno defraudado en todas sus expectativas, no quiere escuchar ni hablar.


3.4) Se debe subrayar, para precisar aún más el discurso, que si ha caído la pretensión de una historia universal que, timoneada por el eurocentrismo o por el logos dominador nord-atlántico, llega victoriosa a una meta definitiva, se da por supuesto que no tiene más sentido hablar de progreso, ya que no hay un punto hacia el cual se camine y que sirve como unidad de medida. Ahora, progreso o regreso son términos vacíos porque no vamos a ninguna parte y, por lo tanto, no hay con qué confrontarlos.


3.5) Examinado y juzgado desde el hoy, el progreso es visto como una locomotora enloquecida alimentada por la patología de producir para consumir en desenfrenado exceso todos los días del año y sin otro criterio que el tener y el devorar para volver a producir. La mayoría de las personas están convencidas que todo está en orden si la máquina productiva aumenta día a día. Así hemos dado vida a una rueda gigantesca e infernal cuya vertiginosidad hace imposible todo intento de escapar. En esta visión espasmódica, se ve y lee el mundo con la lógica del dominio, como una minera que hay que depredar sin ningún respeto por la biodiversidad y los recursos no renovables. Dicho de otro modo: el mundo no es un jardín que estamos llamados a cultivar con esmero, sin olvidar (sea de tipo trascendente o como “ética ecológica”) el gesto de agradecimiento porque “la madre tierra nos nutre y nos sustenta”.


La actual (producir para vender/consumir y consumir para producir/vender) es una lógica sin solución de continuidad en la cual, bajo la dictadura de la publicidad, se nos hace siempre más difícil distinguir entre los deseos introyectados o inducidos y las necesidades reales. Es la repetición del esquema sin otra meta que no sea un “más de lo mismo”. O, mejor, no se mira a la simple satisfacción de los deseos sino a su multiplicación, a hacerlos más intensos y siempre más variados, de modo que la locomotora esté siempre en marcha y corra más velozmente aunque no sepamos quién la guía, no tenga rumbo fijo y la velocidad cause estragos irreparables. Esta es la lógica que, sin caer ahora en la retórica de lo trágico, nos está llevando al eco-cidio (el asesinato, siempre más violento y veloz de la “casa Tierra”). Es conveniente no olvidar que cada publicidad es una invitación a la destrucción.

En otras palabras, el “mañana estaremos mejor” que predicaba el progreso, escrito como ley intrínseca en la materia o en la historia, no es otra cosa que la eterna repetición del presente, el cual hoy - y esta es una experiencia que todo el Occidente comparte- se vive con angustia, temor y temblor. ¿Por qué? La respuesta es simple: sin los mitos que lo justificaban, el futuro o, mejor, el inmediato mañana es siempre más incierto, dudoso, caótico, sin ningún fundamento seguro y estable. A esta espasmódica experiencia hay que agregar la posibilidad - que no es fantaciencia - de un “conflicto entre civilizaciones”, como sostenía el politólogo americano S. Huntington - recientemente fallecido -.

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