domenica 29 novembre 2009

¿Ahorrarse la fatiga de amar?


No pretendemos responder a la pregunta haciendo un tratado antropológico o un estudio sobre el Eros y su relevancia como dimensión fundamental y constitutiva para configurar un rostro humano.

Decimos sólo que el amor implica simpre el don de sí mismo, el exponerse, el estar en campo abierto. En otras palabras, amor es siempre tras-cender, un "ir más allá", un ex-ponerse. Y esto significa riesgo.

El amor pone en juego la autosuficiencia intransitiva, el narcisismo y nos abre una brecha o una herida en nuestra identidad cerrada y protejida. Es una especie de rotura del yo para que el otro, en su diferencia no siempre fácil de digerir, lo atraviese y, no sin poco dolor, lo purifique de tantas escorias y negaciones que impiden crecer y ver en profundidad el misterio de la vida.

El otro, si no es que pasa junto a mí como nosotros pasamos cerca del muro, es decir, en total indiferencia, pues entonces me altera. Es el otro que en esta alteración nos consiente ir más allá de nosotros mismos y ser "otro" de aquel que una vez fuimos.

Ahorrarse la fatiga o la pena de amar puede ser una estrategia para no tener heridas, pero tal estrategia nos impedirá crecer, madurar, y saber qué es en definitiva la vida.


sabato 28 novembre 2009

Cuarto propio (Mónica Carozzi)

Visto y considerando que esta es
mi casa
la que tiene
mi olor a flan casero y a arroz con leche
mi lámina de Torres García comprada en
mi viaje a Montevideo
mis discos de Tanturi y Campos
mis ollas, las de siempre,
el piano de Fernanda
la tele de Marina
mi silencio




qué pasaría si subieras
miraras mi ventana
leyeras mis poemas
allí
con esa luz
y tocaras mis sábanas.

Playa sola (Mónica Carozzi)


Estoy comprando un libro
porque llueve.


En la playa
se respira la niebla.
Dos perros mordisquean
unas sillas plegadas,
en el kiosko tapiado con maderas
se mojan las botellas vacías.
El horizonte se diluye
en la orilla
la arena
se estrena, lisa.


Un libro nuevo
Y el mundo se despega.

Mediasombra (Mónica Carozzi)




A la siesta
me despiertan gritos y risas.
Bajo la mediasombra de las cocheras
dos chicos juegan a la paleta, en cueros,
enroscada al cuello la camiseta,
en el pelo un sudor de parrillero.


En el resplandor
que filtra una palmera,
el sueño.
Cuerpos,
un río luminoso
y juncos gigantes sobre un desierto de tierra.

La desnudez de cosas
y de gente
nos enciende por dentro.




giovedì 26 novembre 2009

A Silvia



Volaste.
Alas no tuyas

te llevaron lejos.

Después... el invierno.

Me quedaron las calles

y las lunas que nos vieron

juntos,

las caricias y las madrugadas

que nos hicieron

cómplices, humanos, 


divinos.



Te llevaste mis espinas.

porque alma y lágrimas no tengo


como decía la Bruja.

Y sin embargo

algo lloró en mí

y se vestió para siempre

de tu ausencia.



Lo sabes,


no me arrancó un lamento

o un nombre la Picana.

Pero mientras un hilo de voz

corra audáz o me empañe la gola

siempre estará presente

tu sonido.



Me dejaste tu rosa.

La cultivé en un jardín secreto.

La regué

con el silencio dorado

de infinitas noches.

Dios! cuántas horas de Cielo


y de infierno.



Y cuando los dioses propicios sean

o cuando las estrellas que orientan

mi cachuza barca decidan

no alumbrar más mi universo,

volaré, como Ícaro.

Será come el tuyo, 


un viaje sin regreso.



El encuentro

no conocerá ocaso.

Y las palabras que

nunca te dije

no habrá necesidad

de pronunciarlas.



Todo está dicho con la rosa.

Tuya y mía.
¡Jardineros y no, en cambio, depredadores del mundo!



En esta reflexión recupero el aporte del Principito, el simpático personaje de Antoine de Saint-Exupéry - que todos los cincuentones conocemos. Él nos exortaba a ser responsables de la rosa, metáfora, de una parte, del rostro único e irrepetible del ser amado, pero también, de otra parte, expresión de la belleza del mundo que nos ha sido donada.

Las espinas no son una excusa. Ellas son la estrategia o las armas con las cuales la rosa se defiende de la mano del hombre, que a veces, aún con buenas intenciones, la arranca o la maltrata con el sólo fin de conseguir un placer estético o para mercantilizar en fiestas especiales.

El Principito nos exortaba ha asumir otra actitud. En otras palabras, nos sugería dejar la lógica del puño cerrado y aprender a abrir la mano, o, mejor dicho a ahuecarla, para que la belleza del mundo sea protegida y pueda florecer sin ser humillada o denigrada.

Fuimos llamados a cultivar y a custodiar el jardín. Es una vocación en la cual está en juego la vida nuestra y de la tierra toda. Si la abandonamos o la descuidamos, nos transformamos en los depredadores del mundo. Una función que Adán, preocupado por ser Dios contra o sin Dios, no siempre ha tenido suficiemente en cuenta.

Hoy la naturaleza está herida porque, queriéndole hacer un bien, paradojalmente la hemos golpeada con nuestros insecticidas y fertilizantes, sin contar la polución ambiental de la cual, al menos en Occidente, somos todos responsables.

Es hora de ahuecar la mano para que la rosa sea tal y Adán se acerque más a Francisco de Asís, otro rostro que nos habla del encuentro con la naturaleza en clave no de dominación sino de cortesía, sin olvidar por esto que también ella nos sustenta.

El Principito y Francisco de Asís nos invitan a cambiar de lógica, de modo que Adán asuma la lógica de la donación y del respeto y se aleje de la lógica necrófila manipulatoria. Se trata de hacer un cambio de paradigma relacional sin caer por esto en ecologismos ideologizados o romanticones. Se trata, por lo tanto, de gozar de la rosa, sin depredarla ni mercantilizarla.

mercoledì 25 novembre 2009

La sabiduría de Confucio



"Es mucho más importante encender una velita que maldecir la oscuridad"
(Confucio - siglo V antes de Cristo)







La tentación de la gramática con la cual decimos lo real, con la cual aprendemos a narrar el mundo y a verbalizar nuestro espacio relacional es expresarse subrayando el mal, lo negativo, la estupidez, la mediocridad y, sobre todo, la locura y la hostilidad que en este mundo parecen ser el ingrediente principal.

No está demás recordar que esta tentación suele enmascarar la conducta de todos aquellos que, detrás de los lamentos, poco o nada hace para cambiar ni siquiera la propia vida, las relaciones intersubjetivas, las circunstancias en las cuales toca actuar, moverse o cotidianamente vivir.

Sabemos que la impotencia y la inercia llevan hacia la chatura, a habituarse a las tinieblas más que a la luz, a despotricar y a mirar con desprecio la vida en general. Nos llevan a una lectura y a una práxis negativa o indiferente y no a mirar con ternura y a participar con empeño generoso en la construcción de un mundo en el cual tenga más espacio la bondad.

Parecería ser una especie de fatalidad que no se puede evitar. De todos modos, muchos lamentos no dejan de ser una manera de tapar o esconder un espíritu débil, cobarde, mezquino, incapaz de salir de sí mismo para vivir una existencia de tipo reciprocante, agápica, donativa o comunional - si se me permite usar tal expresión -.

Y bien, es hora de acentuar la necesidad de encender una vela aunque su luz sea insuficiente para alumbrar el firmamento. Será una chispita pequeña pero no dejará de ser una semilla fructífera y real en el zurco de la historia. Es más, será ella misma "zurco" y nos permitirá caminar mirando y descubriendo tantos dones que la vida da y que, con el ejercicio de la projimidad y una mirada serena, podemos nosotros mismos re-crear, o también crear y alargar, expandir.

El mar, estimado lector, está hecho de un número infinito de pequeñas gotitas. Es ese confluir sin final que revela a nuestros ojos su inmensa grandeza. No nos detengamos solamente a desaprobar, a criticar, a maldecir.

¡Mujer! Es ésto lo que de tí ha hecho la locura del varón







Si Dios no hubiera creado la mujer, no quepan dudas que lo hubiera hecho el varón. Pero éste, guiado por su lujuria y su pasión, la hubiera dotado sólo de erotismo, de orgiásticos instintos sin frenos, sin alguna limitación.

Su egoísmo y su mezquina intención la hubieran privado del mejor regalo o del grande don, es decir, del encanto del Amor.

El gato y la pregunta



¿Si hay un cielo para los animales, encontrarè ahí los ratones?

Es esta una pregunta difícil de responder. Tal vez el mismo Padre eterno quedaría perplejo ante semejante cuestión. Lo que sí sabemos es que en el cielo, término que se refiere al corazón mismo de Dios, encontraremos todo aquello que aquí, en esta tierra, entre gozos y esperanzas, angustias y sufrimientos, habremos amado y así en cierto modo ya eternizado en este mundo.

Todo aquello que hemos profundamente amado no se habrá perdido. Renovado y diverso nos será concedido. Nada de aquello que hemos acogido, protegido y promovido para que sea más y mejor, será, en el corazón del Amante, realidad sin sentido.

"Amar a otro - decía el filósofo Gabriel Marcel - significa decirle: Tú no moriás nunca, tú nunca dejaras de ser".

No sé si el gato encontrará los ratones, pero cada uno de nosotros encontrará todos los rostros que ha amado, aunque tal amor - porque así les sucede a los seres humanos - no haya concretado el "siempre" que la afectividad por sí misma impone y pide, es decir, aunque el amor haya durado una noche, unos minutos, o unos segundos. Si ha sido sincero, si se ha vivido para hacer que el otro sea en plenitud sí mismo y dejando de lado nuestros mezquinos intereses, pues entonces, ya aquí ese minuto y el otro han sido eternizados.

Encontraremos todo aquello por lo cual cada uno ha donado sí mismo, sin cálculo y sin medida. Todo aquello por lo cual hemos luchado, dando el corazón, la mente y nuestros brazos sin ahorrar esfuerzos y sin segundos fines, estará ahí, en lo que llamamos "cielo", porque la muerte no tiene la última palabra y el verdugo no triunfa definitivamente sobre la víctima.

martedì 24 novembre 2009

Un poco de cielo entre tanto infierno




Decía Italo Calvino, uno de los escritores más populares del 1900, que el infierno está ya aquí, en medio de nosotros. Y hay, según su parecer, sólo dos modos para no identificarnos con él. El primero es un modo que asume la indiferencia y la adaptación hasta el punto de no percibirlo más. El segundo es mucho más peligroso y exige atención, discernimiento y el constante ejercicio de aprender. Se trata de buscar y saber reconocer quién y qué cosa entre las llamas no es infierno y, reconocido mantenerlo en vida, hacerlo durar, protegerlo.

En cierto sentido su consideración es actual. Nos basta leer un diario, o escuchar las noticias de otros medios de comunicación y es fácil estar de acuerdo con lo que dice Calvino. Una lógica necrófila - como decía E. Fromm - parece que gana siempre más espacio y tiende a dominar todos los terrenos, desde las relaciones interpersonales hasta los problemas del Estado y de las relaciones internacionales. La esfera moral hoy no goza de buena fama en ninguna parte.

Frente a esa situación caótica y atormentada, no quedan que dos alternativas, según el escritor que hemos citado. Están aquellos que se resignan al mal o poco a poco se identifican con él y lo asumen como natural. El proceso? Lo que es inmoral con el tiempo se hace natural y lo natural termina por ser moral. En pocas palabras, se adaptan a este mundo de las tinieblas - como diría Jesús, el Nazareno, haciéndose, en muchos casos, sus ministros o embajadores.

Por otra parte, hay otra lógica que es asumida y practicada por la mayoría de la gente, una porción de humanidad que es más consistente y extensa de lo que frecuentemente se cree. Son aquellos que no permanecen indiferentes, que prestan atención a lo negativo y sin mandar a la hoguera a ninguno, se rebelan y luchan contra la lógica del dominio y la manipulación, alma viva del infierno. Son aquellos que se preocupan por encontrar y alargar siempre más los "espacios de cielo" para que el infierno no extienda su reino a toda la tierra.

Se trata de todos aquellos - y son la mayoría - que viven con la mano abierta y no con el puño cerrado; que saben compartir tanto lo grande como lo pequeño; que non condenan o etiquetan a ninguno porque saben que en el hombre aparentemente más bueno se esconde un lobo dormido y que en aquel que parece más malo hay un santo que puede asomarse en cualquier momento.

He aquí un esfuerzo y una dinámica para todos aquellos que no se dejan amaestrar o plasmar por la lógica de la indiferencia, que no van a la deriva como náufragos sin brújula que oriente hacia mejores tierras y más cálidos soles y que no dan espacio al pesimismo catastrófico -cosa ésta que es una tentación mucho más que frecuente y aislada.


Se trata de ampliar y alimentar los "espacios de cielo"; de anticipar un poco de azúl y hacer participar a otros de tal esperanza. Se trata de testimoniar que es posible ser más y mejor sustanciados de otra lógica, la lógica de la bondad. Esta lógica es la única que puede impedir que el oásis se transforme en arenal, en una tierra desértica, en un supermercado sin alma.

En este ejercicio de anticipar un poco de cielo, el franciscano tiene un papel importante que generalmente pasa desapercibido porque no busca aplausos. Frente a los episodios dolorosos o generosos, frente a una vida que muere o a una vida que se mantiene por milagro, él se pregunta: ¿Qué bondad, qué profundidad, qué misterio y qué amor se esconde a mi mirada superficial y distraída? Se trata de un movimiento existencial que no se deja anientar por el relativismo ético o por los pirómanos de turno. Está aquí el alma eternamente joven del franciscanismo. Dicho de otro modo, vivir y ayudar a vivir con la lógica de la mano abierta, sin demonizar a ninguno.

"Ama y haz lo que quieras" decía san Agustín. En esta sustanciosa frase - no siempre entendida rectamente y en toda su profundidad antropológica y teológica, está toda la fuerza, la magia y el carisma que alimenta el camino del franciscano en un mundo en el cual, como dice Italo Calvino, el infierno esté presente desde hace ya tiempo.

El momento de la reflexión



Conocida y renombrada es la escultura de Rodin que el lector tiene ahora frente a sus ojos. Es, "el pensador", el hombre que re-flexiona, es decir hace una "flexión" porque vuelve hacia sí mismo, entra dentro de sí haciendo una pausa en el fenesí cotidiano. Es la pausa del concepto para leer y entender el mundo, las circunstancias y evitar sucumbir arrastrado por la pasión o por caprichos infantiles, como también para no dejarse llevar por el rumor de palabras sin sentido en las cuales estamos siempre más sumergidos o atrapados.


La posición inclinada levemente hacia adelante y la mano que como un bastón parece sostener el mentón, nos dicen que los pensamientos "pesan" y que necesitan no sólo una estructura teórica o especulativa para ser relevantes sino también de todo nuestro cuerpo que, a veces, o frecuentemente, parece no resistir nuestras cavilaciones.

La figura del pensamiento puede ser representada con la flecha, como escribió una extraordinaria poetisa rusa, Marta Cvetaeva. Ella nos recuerda que el pensamiento profundo y genuino es una flecha que va derecho hacia el blanco; que es como una espada que corta y separa las cosas secundarias de las primordiales, las necesarias de las que consideramos urgentes pero son superficiales.

El sentimiento, en cambio, decia la escritora rusa, puede ser representado con el círculo porque ama el trayecto amplio, se alimenta y se hace cálido a lo largo de senderos que sabe cultivar con flores perfumadas, al mismo tiempo que sabe sortear o trascender las piedras y los obstáculos que impiden el encuentro

Y bien, para estar presentes en la vida y no ser meros espectadores o noctámbulos romanticones, para no ser sólo razón o sólo corazón, necesitamos de ambas dimensiones. Tanto del pensamiento como del afecto. Si el pensamiento es caracterizado como Vigor y el afecto como Ternura, pues entonces se requiere una especie de conjugación o sea un vigor ternurizado y una ternura vigorosa. No el uno sin el otro sino el uno en el otro.

"El pensador" de Rodin tiene que resolver una cuestión en la cual está en juego su rostro humano. Es la vieja cuestión que podemos expresar de la siguiente manera: ¿Pienso, por lo tanto, soy". O más bien habría que decir: ¿Amo, por lo tanto soy? No podemos no apoyarnos en la razón pero ¿basta el pensamiento para humanizar la vida? ¿Es la razón la fuente del amor, o más bien es el Amor la fuente de la racionalidad? Cuestiones graves y delicadas que la estatua de Rodin nos ayuda a recordar.



Una cuestión siempre abierta


¿Dónde está tu Dios?

1)Es la pregunta que a lo largo de toda la historia humana no ha dejado de hacer el hombre inocente que, en carne propia, vive, en modo atroz e indecible, el dolor físico y el sufrimiento moral y psicológico que sabe inmerecido. Si hay un Dios buono que ama sus criaturas, ¿por qué entonces sufren los inocentes? ¿Por qué triunfa el verdugo sobre sus víctimas?

El siglo pasado, con sus holocáustos y genocidios, es un testimonio veráz del dolor y de la pregunta del inocente. Después de Auschwitz e Hiroshima, de los centros de detención y de tortura soviéticos, después de Vietnam y de las guerras intestinas de Africa y América latina, en fin, despues de tanta barbarie - y sin tener en cuenta ahora los focos bélicos de este siglo XXI - la pregunta se impone: ¿Es posible hablar todavía de Dios? ¿Es posible que ese nombre tenga aún sentido para nosotros? ¿Los ojos que han visto tanta muerte, pueden aún buscar los ojos de Dios?

Muchos siglos atrás, Job, el personaje bíblico encarnación del dolor de los inocentes, decía a su Dios: “Yo grito y tu no me respondes”. “Estoy frente a ti y tú no me miras”. La pregunta se asoma otra vez al horizonte: ¿Quién es el Dios que parece ser sordo y ciego a la voz y al sufrimiento de sus criaturas? Más cercano a nosotros en el tiempo, en el siglo pasado, también el escritor Albert Camus dejó inmortaladas estas preguntas en varias de sus obras. Basta recordar su novela "La peste".

2) Para responder, - si es que tales preguntas admiten una respuesta - recupero el testimonio de un gran escritor hebreo, Elie Wiesel. En su romance autobiográfico que tiene por título “La noche”, narra un hecho dramático. Un día, tres prisioneros hebreos intentaron la fuga del campo de concentramiento nazista. Fueron perseguidos y capturados. Se los condenó a morir en la horca, en presencia de todos los demás prisioneros. De los tres, dos tenía una edad avanzada, eran muy ancianos, el tercero, en cambio, era joven. Los dos ancianos murieron en pocos minutos, pero el más joven combatió con la muerte por más de media hora. Un cuadro absurdo, terrificante, inhumano. En el curso de este trágico espectáculo, se siente una voz que grita: ¿Dónde está tu Dios?. Y otra voz responde: “Tu Dios está ahí, colgando de la horca”.

2.1) Esta respuesta puede tener dos sentidos. A) De una parte, tal voz ha querido decir que en el inocente que muere, Dios muere, dado que un Dio que no protege sus criaturas, parece no tener algun tipo de existencia. No es posible que exista un Dios bueno que permanezca lejano y no intervenga, frente a las atrocidades que sufren sus hijos. Por lo tanto, Dios mismo muore.

B) Pero también puede tener un segundo sentido: Tu Dios es el Dios de los inocentes, del justo perseguido y torturado.

Holocáustos y genocidios que padecieron millones de inocentes exige no eludir la gran questión: ¿El Dios bíblico es sólo una ilusión? ¿Tiene que ser considerado muerto porque no ha intervenido? ¿O, en cambio, es el Dios que frente a semejante sufrimiento ha estado presente y se ha hecho compañero y prójimo del hombre doliente?

3) Las interrogaciones precedentes pueden ser abordadas desde tres perspectivas. A) Una niega el polo divino. Afirma que no es posible la existencia de un Dios ciego y sordo al lamento del hombre inocente. Es la respuesta que da el “ateísmo trágico”, trágico pues pone todo el peso de la historia en las espaldas del hombre pero lo deja solo consigo mismo, sin esperanzas y, como dice Sartre, “sin excusas”. Tal afirmación en el fondo es un rendirse al dolor, un claudicar y bautizar la victoria del absurdo.

B) La segunda perspectiva niega el polo humano en el sentido que considera Dios como un déspota, un señor arbitrario y caprichoso que juega con la vida y el destino de sus hijos. Los pone a dura prueba porque con una especie de sadismo quiere ver hasta cuando resiste la fe y la creencia. Dios es aquel que de todos modos tiene siempre razón y el hombre no puede hacer otra cosa que mantener el silencio y agachar la cabeza.

C) Pero también hay otra perspectiva que, aunque deja la pregunta siempre abierta, ayuda a pensar y a vivir otra actitud y otro comportamiento, frente al sufrimiento de los inocentes. Es la perspectiva que da lugar a una práxis de amor comprometido, al ejercicio de la projimidad; que amplía sin discriminaciones el espacio de la bondad, que no es indiferente frente a la suerte de los otros. Es la lógica que vive la fe como donación de sí mismo y sin medida.

Se trata de una fe que no niega Dios ni tampoco condena el hombre al absurdo, sino que acepta sostener el peso y la complejidad de una relación entre el hombre y Dios que no se resuelve en forma teórica o especulativa. Se resuelve en el amar y donar la vida, en curar las heridas y en no dejar pisotear ni manipular al inocente, aún a costo de la propia existencia.

El punto de referencia, el paradigma antropológico que plasma la clave teórica y comportamental del creyente es el Cristo, quien nos ha dejado el ejemplo para que aquellos que ven en él el rostro pleno de la divinidad, fuente de amor inmotivado, no vivan en otra lógica sino en la lógica de la bondad. No hay otro modo de estar en sintonía con el Amante y asumir una fe adulta.

La lógica de la bondad no es sólo la respuesta al mal sino también la respuesta al absurdo y a la desesperación que hoy día parecen instalarse con más fuerza en la mente y en el corazón de tantos de nosotros.

mercoledì 18 novembre 2009


"No temas tanto la muerte, sino más bien, una vida insulsa, escuálida".

La frase que da inicio a esta breve reflexión es del escritor Bertolt Brech. En su obra dramática "La madre" (1932), obra de tono marcadamente revolucionario y socialista, Brech pone tal frase en boca de uno de los personajes.

La frase nos sugiere a nosotros el esfuerzo de la reflezión en orden a abrir el pensamiento y lanzar una mirada aguda y penetrante al misterio de la vida. Más que temer la muerte - que está siempre en la puerta y que, el día menos pensado cruza el umbral y nos dice que el tiempo del cual disponíamos para edificar un rostro humano se ha ya terminado - tendríamos que temer una vida insulsa, escuálida, vacía. Es la vida de la dispersión banal y egoísta, la vida de un yo centrado espasmódicamente en sí mismo, ciego y sordo al rostro y a los lamentos o necesidades de los otros.

El pecado - si queremos expresarnos con un término de tono religioso - no está tanto en el mal que hacemos, sino sobre todo, en el bien que dejamos de hacer, por indiferencia, porque estamos obnubilados o enceguecidos detrás de nuestros mezquinos intereses y no dirijimos más la mirada hacia el otro. El pecado contra la vida es eso: atornillarse en la lógica de Narciso y no tener ojos que para nuestra propia imágen.

Y tal pecado no es sólo herir la vida, lastimarla o contaminarla de una lógica necrófila, sino, y sobre todo, es privarla de sentido porque la narcotizamos en un placer egoístico o la desdibujamos en un individualismo despiadado, cancelando así su sentido profundo. Y el sentido profundo se identifica no con el tener o el poseer, con la vida indiferente y sin compromisos, con una libertad caprichosa que piensa sólo a sus derechos y no conoce o se desinteresa de sus obligaciones y responsabilidades. Esa es la patología del sistema imperante, político y económico, que nos hace idiotas útiles aunque estemos convencidos de ser protagonistas.

El pecado contra la vida, el hacer que sea insulsa o escuálida, consiste en vivir con la lógica del puño cerrado que solamente para depredar o arrancar se abre y no, en cambio, con la lógica de la mano abierta que todo sabe compartir haciendo nuevo y soleado todo encuentro.

La frase del escritor Bertolt Brech nos deja una gran enseñanza o lección. No es la muerte que debemos temer porque antes o después llega e inevitablemente, sino una vida vacía porqué la hemos alimentada con la lógica de Narciso. Todos conocemos la historia pero conviene recordarla.

Narciso es el jóven de la mitología griega que miraba patológicamente su propia imagen reflejada en las aguas del lago y no dirigió más la mirada hacia los otros. La atracción de su imagen era tal que Narciso terminó ahogado en las aguas del lago, tratando de alcanzar su misma imagen. Moraleja: Narciso no sólo condenó a la soledad a los otros, sino que él mismo perdió su propia identidad en una autocontemplación absurda porque no es mirándose al espejo que se puede lograr la comprensión o la inteligibilidad de sí mismo. Agrego, como dato anecdótico, que ni siquiera los dióses derramaron una lágrima por su deceso.

Su vida fue inútil, como la de tantos de nosotros que buscamos la imagen nuestra en el tener, el poseer o el aparentar. Es el retrato del hombre postmoderno que se busca a sí mismo en las vidrieras de los supermercados o de los shopping, ocultando y alimentando con las compras una vida vacía, chata, antesala de una muerte anunciada a corto plazo.

Es bueno recordar también que Narciso es esa linda flor que crece en primavera y que los antiguos la usaban como un soporífero porque hace dormir, nos aleja de la realidad, nos droga, nos aliena. Una "linda flor" pero que no trae vida sino vacío y muerte, vida escúalida, insulsa, como dice la frase de Brecht la cual nos sugiere cambiar de registro o de lógica Sólo así la vida recuperará sentido y su sabor auténtico.


Dicho con otras palabras: quien no vive para servir no sirve para vivir porque no hace otra cosa que mirarse embelesado o patológicamente a sí mismo, ignorando que tiene sus días contados, como el joven del cual nos hablaba el mito griego


mercoledì 11 novembre 2009

Nietzsche - postmodernidad - nihilismo (Cuarta Parte)

La caída de los mitos modernos









4) En este escenario caracterizado por el desencanto, hay que incluir la Democracia, que - como enseñaba ya Platón en la República - de todos los gobiernos peores es el mejor. Y esto significa que si las demás formas de gobierno han fracasado o no dan óptimos resultados, la democracia, no por eso es intocable o irremplazable. Nacida para luchar contra las injusticias y dar voz, voto y participación activa a minorías desprotegidas, se ha transformado en la “dictadura de la mayoría”, como subrayaba en su ancianidad el fundador de la “teoría crítica”, Horkehimer. Como la Historia y el Progreso, tampoco la Democracia goza hoy de buena fama y credibilidad.
Reasumiendo lo dicho anteriormente en función de articularlo con este parágrafo, surgen, en todos aquellos que no quieren ser transformados o confundidos con “idiotas útiles”, preguntas urticantes que podemos formular del modo siguiente: ¿No será que el exceso de permisividad de Occidente es otra forma de totalitarismo, escondido bajo las formas de una cierta democracia en la cual gobiernan soberanos, deseos y placeres desenfrenados y todo género de disipaciones? ¿No será que el derecho y la justicia administran leyes en función de los lobbies económicos y una globalización que parece ser también otra forma enmascarada de masificación?


5) En este horizonte, en el que algunos ven una pérdida definitiva del sentido de lo humano y que marca el ocaso de la Modernidad, de sus mitos y del Occidente capitalista, tampoco la Política puede hacer mucho porque la sociedad es demasiado compleja e imprevisible. A lo sumo, la política puede asumir la función de reducir un poco (no mucho) el pánico que deriva de la complejidad de la problemática socio-cultural.

En realidad la Política no puede aspirar a nada más, dado que - como sostiene el sociólogo polaco Z. Bautman - no podrá nunca resolver el dilema entre libertad y seguridad, generando, tanto si acentúa una o la otra, situaciones de disconformidad, protesta y rebelión. Recordamos que el binomio libertad/seguridad no presenta una relación directamente proporcional sino inversamente proporcional. Es decir, a mayor libertad menos seguridad y a mayor seguridad (leyes, normas, estructuras de control) menos libertad.


6) No se reconoce tampoco - y esto también desde hace ya tiempo - la Tradición como un punto de referencia fuerte, obligante, forjador de consciencia, hábitos y costumbres. La pérdida de la Tradición y la ausencia de credibilidad en el futuro ha dejado al hombre contemporáneo sin raíces, anclado en un “aquí y ahora”, sometido, como dijimos anteriormente, a la dictadura de la publicidad o máquina de los deseos ilimitados y al terrorismo de los laboratorios. Se escucha cada vez con más fuerza, la voz de los nuevos sacerdotes de la farmacología, de la biogenética, de la biotecnología, de la microtecnología que tienen en la mano todas las recetas ocupando el lugar de las viejas ideologías.


6.1) En esa línea podemos agregar que, convencidos de la no existencia de una naturaleza o esencia humana que nos permita establecer los principios en relación a los cuales se oriente o norme el hacer y el pensar; considerando además que es inútil polemizar acerca de si hay o no un alma inmortal puesto que lo fundamental es la idolatría del cuerpo (joven y musculoso) a cualquier edad, se impone cada vez más la revolución biotecnológica. Si bien sus conquistas son importantes y alivian muchas insuficiencias, hay que decir que está asumiendo un rostro inquietante. Interviniendo sin escrúpulos y con poca o mediocre reflexión en el código genético, percibe al hombre no ya como “creación”, sino como clonación y producción. Basta leer lo que propone Nik Bostrom el Presidente de la Word Transhumanist Association (movimiento cultural, intelectual y científico conocido como Transhumanismo, el cual reúne científicos que provienen del área de la Inteligencia artificial, de la Neurología, de la Microtecnología, de la Biotecnología aplicada, etc.)- y que en la práctica ya está en ejecución -.


7) Tampoco la Moral sustenta verdades universales, en las cuales todos, sin distinción, se reconozcan sin “peros”. Si la razón ya no tiene la capacidad de fundación, entonces no hay verdades necesarias y objetivas a las cuales la razón pueda acceder con claridad y distinción, como pretendía Descartes o como creen los defensores de la Ley natural. Por lo tanto, habrá tantas morales como hombres y circunstancias hay en este mundo.


7.1) Nadie cree ya en el “derecho natural” entendido como ley eterna e inmutable que el hombre, con la luz natural de la razón, conocería como derivada de la naturaleza de las cosas y que tendría a Dios o a un Ser supremo como autor. Conociendo esta ley, el hombre conduciría las cosas y a sí mismo hacia su destino final. Para decirlo con otras palabras: el derecho (ley) natural es - y ha sido siempre - el derecho del más fuerte. La fuerza de la razón no es otra cosa que la razón de la fuerza. La pretendida neutralidad del derecho ha estado siempre sometida a la política porque el derecho es una inigualable e imprescindible tecnología de control de las relaciones humanas, como ha mostrado en una reciente publicación A. Schiavone (Ius. L’invenzione del diritto in Occidente).

El relativismo es patente. En ausencia de verdades universales éstas se consideran solamente en relación a los paradigmas de la comunidad específica de la cual se hace parte, es decir, en función de los grupos de pertenencia. Prevalecen las verdades locales entre las cuales, en definitiva, no hay ni puede haber ningún diálogo sino sólo una precaria y frágil tolerancia o una especie de apartheid.


8) La Ciencia, que tuvo una función mesiánica sobre la tierra, tampoco hoy goza de tal característica. Como demostraron por una parte T. Kuhn, en La estructura de las revoluciones científicas (1963) y por otra K. R. Popper, tanto en Lógica del descubrimiento científico (1934) cuanto en la serie de conferencias recogidas bajo el título de Conjeturas y confutaciones (1963) la ciencia no posee la verdad de las cosas, sino que trabaja encasillando en paradigmas o a través del método “ensayo y error” que permite el control empírico, verificable o falsificable, sobre ellas. Poseemos sólo conjeturas, hipótesis que lanzamos sobre lo real para resolver algunos problemas; poseemos hipótesis (Popper) o paradigmas (Kuhn) que duran hasta el momento en el cual son proclamados por los hechos mismos, como insuficientes o inadecuados. En otras palabras - y esto hoy no escandaliza a ningún científico - la Ciencia es una nueva religión que cambia de dogma cada tres o cuatro años, si no es que lo hace empleando menos tiempo.


Conclusión. Después de este recorrido sintético-teorético-crítico por los mitos de la Modernidad, no es exagerado afirmar, sin por esto caer en la tragedia, que no hay ya, como pretendía la Modernidad (del 1600 más o menos hasta el inicio del “Novecento” o, según algunos, hasta después de la segunda guerra mundial y la notable revolución del 68) ningún fundamento último, definitivo, indudable, apodíctico, en el cual o desde el cual fundar o apoyar nuestras construcciones. Tenemos, como dice el epistemólogo D. Antiseri, una ciencia sin certezas, una metafísica sin fundamento y una ética sin valores.

Entiéndase que la crítica que algunas corrientes del postmodernismo hacen a la razón en general no predican, como sustituto, un irracionalismo o una lógica romanticista. No se está, sería absurdo hacerlo, en radical oposición a la razón, es decir contra ella. Se trata más bien de redimensionar sus sueños totalizantes y señalar los límites que, movida por su sed de dominio, transgrede frecuentemente. Sus transgresiones, es decir, el olvido o desprecio de la diferencia, de todo aquello que non puede disciplinar, de todo aquello que se pone como radical alteridad frente a ella, ha dado vida a escenarios de tono no sólo dramáticos, sino trágicos, casi apocalípticos. La huella imborrable y vergonzosa de los holocaustos y genocidios del siglo pasado, por no mencionar los anteriores, perpetrados sobre todo en América Latina y Africa, es evidente.



III. Nihilismo


1) Todos los fundamentos que permitían al hombre de la Modernidad, caminar arrogante y altanero hacia el paraíso en la tierra, se quebraron en mil fragmentos, mostraron no ser más que mitos o, como sugiere el cuadro de Goya, monstruos engendrados por una razón soberbia y ciega en relación a todo aquello que no se refiere a sus intereses. Hoy, el hombre del Tercer Milenio, se experimenta turbado, inquieto, perdido y sin brújula entre las ruinas de los dioses de pies de barro. No hay más puntos de referencia fuertes, todo es inestable e incierto, humo, ilusión. He aquí, entre nosotros, el “más inquietante de todos los huéspedes” el nihilismo (del latín nihil = nada).

El viento del deshielo, mencionado por Nietzsche en la cita inicial, ha disuelto la pista dejándonos inmersos en miles de fragmentos sin dirección, sin meta. Des-orientados (sin Oriente, es decir sin luz) caminamos a ciegas y ningún sendero tiene mayor peso que otro, pues no tenemos razones objetivas ni a favor ni en contra para ir hacia una parte o a otra. Esta es, brevemente descripta, la figura del nihilismo, fantasma que gira y gira por Occidente desde el inicio del siglo XX y que hoy es un inquilino que, instalado en nuestra casa, configura nuestro modo de pensar, actuar y sentir en todas circunstancias.


2) ¿Qué quiere decir nihilismo? Quiere decir que no hay nada de absoluto, no hay nada incontrovertible, que de aquello que llamábamos “ser”, ya no queda nada. Significa que ha caído la idea central de la metafísica (Platón - Kant), es decir la idea que detrás del “fenómeno” o de las cosas hay una especie de esencia o sustancia inmutable, imperecedera, objetiva que es normativa; significa que no existe un sentido último y verdadero de las cosas que sea pensable o pueda ser conocido; significa que no hay un saber esencial que permita apropiarse teóricamente de los primeros principios o de las últimas causas; significa que el hombre ha rodado desde una posición central (cristianismo, humanismo ateo o creyente) hacia una X desconocida; significa no que el espacio central está vacío y que es posible reconquistarlo nuevamente, sino que no hay algún espacio central; significa que estamos en un policentrismo radical y que todo es interpretación (hermenéutica); significa que debemos habituarnos a vivir en la nada sin por eso caer en histerismos o neurosis; significa que ni siquiera con el concepto de verdad y finalidad se puede hacer inteligible el carácter entero y complejo de la existencia, significa que toda cosa o ser es nada, no tiene sentido ni valor; significa que nos quedan sólo acuerdos, convenciones, negociaciones y la piedad humana hacia nuestros propios semejantes.

Abreviando se puede decir que para el hombre postmoderno, es decir, el hombre que se generó ya después de la segunda guerra mundial o, como decía Nietzsche - y tantos otros - mucho tiempo antes - no hay nada de absoluto (ni la Razón, ni la Historia, ni el Progreso, ni la Ciencia, ni la Moral, ni la Tradición...) ni de incontrovertible.


2.1) ¿Qué es el nihilismo? Oigamos la respuesta de F. Nietzsche, el más agudo profeta y teórico del nihilismo, el autor que nos ofreció su diagnóstico para la lectura de los tiempos actuales. En los primeros párrafos del libro póstumo “Voluntad de potencia” se lee: “¿Qué quiere decir nihilismo? Que los supremos valores se desvalorizan, que falta el fin, que no hay alguna respuesta al ¿por qué?... Hoy que se hace claro el mezquino origen de todos los valores, el Todo nos aparece desvalorizado, privado de sentido... Estamos cansados porque hemos perdido el impulso principal. “Todo ha sido en vano”.


“Lo que narro - escribe Nietzsche en otro párrafo agudo e iluminante - es la historia de los dos próximos siglos. Describo lo que llega, lo que no puede no llegar en otro modo: el surgir del nihilismo. Esta historia puede ser narrada ya, ahora, porque está aquí, obrando, la misma necesidad. Un tal porvenir habla ya por cien signos, este destino se anuncia por doquier. Ya todos los oídos están listos para esta música del porvenir. Toda nuestra cultura europea se mueve ya, desde hace tiempo, en un tormento y una tensión que crece de decenio en decenio, como si tendiera hacia una catástrofe: inquieta, violenta, impetuosa, como una corriente que quiere llegar al final...”.


3) Hoy, evidentemente, no podemos construir nada con los falsos ídolos que desde el 1600 en adelante han configurado las antropologías y las instituciones del Occidente. Sin caer en la tragedia debemos asumir que vivimos sumergidos en el clima que Nietzsche diagnosticó como el clima de los dos próximos siglos (los apuntes de Voluntad de poder son del 1887 o de poco tiempo antes). Se ha instalado entre nosotros, “el más inquietante de todos los huéspedes”, es decir, el nihilismo y con él hay que hacer las cuentas.

A modo de conclusión general.

Si bien la descripción que hemos hecho puede resultar para algunos de color gris o pesimista, y para otros esta nueva Babel postmoderna puede parecer el infierno, el nihilismo, no obstante los espacios de alto riesgo en que nos pone y la persistente incertidumbre que crea, nos deja una gran enseñanza. La podemos expresar con las palabras de uno de los más grandes estudiosos italianos del tema, F. Volpi. “El nihilismo nos ha enseñado - dice Volpi - que no tenemos más una perspectiva privilegiada (ni la religión, ni el mito, ni el arte, ni la metafísica, ni la política, ni la moral ni mucho menos la ciencia) en grado de hablar por todas las otras; que no disponemos más de un punto arquimédico en el cual, elevándonos, podamos darle un nombre a la totalidad... El nihilismo ha erosionado la verdad y ha debilitado las religiones, pero también ha disuelto los dogmatismos y ha hecho caer las ideologías, enseñándonos así a mantener esa razonable prudencia del pensamiento, ese paradigma de pensamiento oblicuo y prudente que nos hace capaces de navegar a vista entre los escollos del mar de la precariedad, en la travesía del devenir, en la transición de una cultura a otra, en la negociación entre un grupo de interés y otro”. En este escenario, “la única conducta recomendable - concluye el autor - es operar con las convicciones sin creer demasiado en ellas. Nuestra filosofía es una filosofía de Penélope que des-hace incesantemente la tela porque no sabe si Ulises volverá” (F. Volpi, Il nichilismo).

Nietzsche - postmodernidad - nihilismo (Tercera Parte)


La caída de los mitos modernos


3) Cae también, según lo dicho precedentemente (Cf. Parte Primera y Segunda, ya publicadas) otro mito: el Progreso. Concebido por la “diosa razón” como un proceso evidente e indiscutible, objetivo e imparable, estaba escrito con leyes eternas en los plieges ocultos de la Historia, del Espíritu o de la Materia. De esas míticas entidades, mentes iluminadas lograban leerlo e interpretarlo, legitimándolo como “científico” (haciendo pie, entre otras cosas, en la teoría evolucionista) para presentarlo a las masas y así soñar, como Espartaco, un protagonismo que por siglos les había sido negado. Por honestos y nobles motivos, millones y millones de hombres aspiraban a un bienestar o “patria de la felicidad” del cual por siglos se habían visto, por varias razones, privados.

El mito del progreso imparable y la llegada a la idílica patria, tal como denunció K. Popper en Miseria del historicismo (1944.1945) y en La sociedad abierta y sus enemigos (1945), es la concepción para la cual, paradójicamente el futuro no es ni abierto ni creativo, es decir no se concibe la posibilidad del novum. El mañana es cerrado, no trae nada nuevo, pues todo está pre-contenido en el presente dado que la razón lo puede prever, anticipar, calcular. En el fondo, el mañana no es más que lo que está contenido en el hoy y que, cuando es aferrado por la razón, se transforma en la fuente de sentido, una especie de dios que requiere toda clase de sacrificios.


3.1) Esa es la concepción que criticó Popper conocida como histori-cismo. Esta tesis, en efecto, afirma que existen leyes inmutables del desarrollo histórico que, si conocidas, permiten prever a grandes rasgos lo que ocurrirá. Esto significa, en otros términos, que la Necesidad gobierna, que la Fatalidad nos tiene, como les sucedía a los griegos respecto a los dioses del Olimpo, en sus manos y que la libertad es una ilusión, o, como decía el filósofo Baruch Espinoza, “una necesidad comprendida”.

Pensemos seguidamente en la ley de los tres estadios del francés A. Comte, padre del positivismo. Según esta tesis, después de pasar “necesariamente” del estadio mítico-religioso al estadio filosófico-metafísico nos instalaríamos definitivamente en el estadio científico-positivista; pensemos en las leyes del materialismo dialéctico e histórico predicado con pretensión científica por el marxismo. Según tal lectura, volente o nolente (queramos o no) las leyes del progreso nos llevaban necesariamente a la sociedad maravillosa, la sociedad sin clases; pensemos en la fe ciega del capitalismo en la marcha ineludible de la economía que, según el liberalismo radical, llevaba, sin ninguna posibilidad de regreso, de la barbarie a la civilización, de la indigencia al confort, y alienándonos - gracias al aparato publicitario mediático - en la lógica del tener, identificada con la felicidad,.

La crisis económica reciente ha mostrado, como punto culminante, la absurdidad de este último mito, el cual ha dado origen, conviene no olvidarlo, a un capitalismo salvaje y a una antropología despiadadamente individualista. Con su aguda y penetrante mirada, lo había notado ya K. Marx cuando subrayaba que en el capitalismo las relaciones de producción son de naturaleza tal que revolucionan o desestabilizan continuamente los vínculos comunitarios a favor del ‘capital’.

3.2) Esta concepción antropológica - conviene recordarlo - configura un hombre siempre más encerrado en sí mismo, autorreferencial que, como Narciso, considera su yo sagrado y el otro una espece de prótesis, un apéndice. Y no debemos olvidar que Narciso - como magistralmente enseña el mito griego - por no mirar más que a sí mismo, dejó de lado al “otro”, única posibilidad - como enseña el personalismo dialógico, la fenomenología, buena parte del existencialismo y de la psicologia - de romper el solipsismo que lleva, no sólo a la atomización de la sociedad, sino también e irremediablemente al yo a la paranoia o a creerse el ombligo del mundo (el otro y lo otro a mi servicio). Adorando su yo (ego-latría) Narciso - y aquí está la paradoja - no solo condenó a la locura al otro (Ninfa Eco), sino que se perdió a sí mismo, pues murió ahogado en las aguas del lago, atraído irresistiblemente por su propia imagen, con la que estaba fascinado. Ciego y sordo para ver el rostro del otro y escuchar su voz, única puerta de acceso, dramática pero no por eso menos festiva, a la verdad de sí mismo, al auténtico rostro humano, Narciso sucumbió en soledad, víctima de sus propias manos, bajo la sonrisa irónica de los dioses que, como narra el mito griego, ni una sola lágrima derramaron.


3.3) Retomando el tema, la idea de progreso, al igual que la idea de una pretendida historia universal como ley incontrastable, en el fondo no es otra cosa que la secularización o “inmanentización” de la idea de Providencia de origen judío-cristiana. No es Dios para la Modernidad, quien conduce la historia. Su puesto ha sido ocupado por leyes intrínsecas, eternas como él. Es otra justificación del sacrificio sin solución de continuidad, pues tales leyes son diosas anónimas e impersonales que exigen la obediencia ciega y sin lamentos. Generaciones enteras deben someterse aunque no lleguen al estadio final. Lo importante es ser abono para que otros puedan continuar caminando sobre eso. Caso contrario, estamos en plena irracionalidad o traición a las normas que rigen, inexorablemente, la evolución de la humanidad hacia el paraíso final. He aquí una mundana versión del cielo prometido por la religión, pero sin resurrección.

En manos del poder político y militar (fascismo, nacionalsocialismo, marxismo, comunismo...) este tipo de visión nos hizo recorrer un camino que, sin ponernos melodramáticos, desembocó varias veces en el mundo occidental, en un abismo sin final. De ese camino, el hombre postmoderno defraudado en todas sus expectativas, no quiere escuchar ni hablar.


3.4) Se debe subrayar, para precisar aún más el discurso, que si ha caído la pretensión de una historia universal que, timoneada por el eurocentrismo o por el logos dominador nord-atlántico, llega victoriosa a una meta definitiva, se da por supuesto que no tiene más sentido hablar de progreso, ya que no hay un punto hacia el cual se camine y que sirve como unidad de medida. Ahora, progreso o regreso son términos vacíos porque no vamos a ninguna parte y, por lo tanto, no hay con qué confrontarlos.


3.5) Examinado y juzgado desde el hoy, el progreso es visto como una locomotora enloquecida alimentada por la patología de producir para consumir en desenfrenado exceso todos los días del año y sin otro criterio que el tener y el devorar para volver a producir. La mayoría de las personas están convencidas que todo está en orden si la máquina productiva aumenta día a día. Así hemos dado vida a una rueda gigantesca e infernal cuya vertiginosidad hace imposible todo intento de escapar. En esta visión espasmódica, se ve y lee el mundo con la lógica del dominio, como una minera que hay que depredar sin ningún respeto por la biodiversidad y los recursos no renovables. Dicho de otro modo: el mundo no es un jardín que estamos llamados a cultivar con esmero, sin olvidar (sea de tipo trascendente o como “ética ecológica”) el gesto de agradecimiento porque “la madre tierra nos nutre y nos sustenta”.


La actual (producir para vender/consumir y consumir para producir/vender) es una lógica sin solución de continuidad en la cual, bajo la dictadura de la publicidad, se nos hace siempre más difícil distinguir entre los deseos introyectados o inducidos y las necesidades reales. Es la repetición del esquema sin otra meta que no sea un “más de lo mismo”. O, mejor, no se mira a la simple satisfacción de los deseos sino a su multiplicación, a hacerlos más intensos y siempre más variados, de modo que la locomotora esté siempre en marcha y corra más velozmente aunque no sepamos quién la guía, no tenga rumbo fijo y la velocidad cause estragos irreparables. Esta es la lógica que, sin caer ahora en la retórica de lo trágico, nos está llevando al eco-cidio (el asesinato, siempre más violento y veloz de la “casa Tierra”). Es conveniente no olvidar que cada publicidad es una invitación a la destrucción.

En otras palabras, el “mañana estaremos mejor” que predicaba el progreso, escrito como ley intrínseca en la materia o en la historia, no es otra cosa que la eterna repetición del presente, el cual hoy - y esta es una experiencia que todo el Occidente comparte- se vive con angustia, temor y temblor. ¿Por qué? La respuesta es simple: sin los mitos que lo justificaban, el futuro o, mejor, el inmediato mañana es siempre más incierto, dudoso, caótico, sin ningún fundamento seguro y estable. A esta espasmódica experiencia hay que agregar la posibilidad - que no es fantaciencia - de un “conflicto entre civilizaciones”, como sostenía el politólogo americano S. Huntington - recientemente fallecido -.

Nietzsche - postmodernidad - nichilismo (Primera Parte)



nietzsche - postmodernidad - nihilismo
(La caída de los mitos modernos)

“La disgregación y, por ende, la incertidumbre es propia de esta época: nada apoya sobre una sólida base y sobre una fe estable, fuerte: se vive para el mañana, porque el pasado mañana es dudoso. Todo es resbaladizo y peligroso en nuestro camino, y el hielo que todavía nos sostiene se está haciendo siempre más sutil. Todos nosotros sentimos el siniestro calor del soplo del viento del deshielo: aquí donde todavía caminanos, dentro de poco ninguno podrá ya caminar” (F. Nietzsche, Voluntad de potencia).

A modo de introducción
1) El párrafo nietzscheano, redactado dos o tres años antes de entrar en un estado de locura (1889), del cual Nietzsche no saldrá más (muere once años después, en el 1900), anuncia el clima en el cual vivimos desde los comienzos del siglo XX. Su profecía se ha cumplido. El mundo socio-cultural de hoy sin ideales fuertes y fragmentario el crepúsculo de los valores que han dado vida y sostenido el Occidente, la disgregación del sujeto moral y la pérdida del fin último de la existencia es el horizonte que la aguda y larga mirada de Nietzche preveía. Todo aquello que era considerado estable, permanente, immutable, imperecedero, en fin, divino, celestial o eterno, se ha pulverizado en mil fragmentos. Del “ser”, no queda ya nada, como subrayó, en línea con el discurso de Nietzsche sobre la “muerte de Dios”, el pensador alemán M. Heidegger, crítico de la razón metafísica la cual, según su interpretación, sería el origen y esencia del nihilismo. En su obra principal Ser y tiempo (1927), como también en Nietzsche (1961) y La esencia del nihilismo (1946-1948) Heidegger sostenía que uno de los rasgos principales del pensamiento moderno es, justamente, haber olvidado el ser; no saber qué cosa significa “ser”, en sentido pleno y auténtico; el estar concentrados y enceguecidos por el ente; el haber transformado el ser en valor de cambio.


2) La profecía de Nietzsche, a diferencia, por ejemplo, de la marxista, no se ha revelado falsa. Se derrumbó la cultura en la cual y sobre la cual, desde el 1600 en adelante, hasta los primeros decenios del siglo pasado, el hombre occidental ha caminado, no sin poca soberbia y arrogancia, intentando construir, costara lo que costara, el paraíso en la tierra, el así llamado regnum ominis. Ha caído la cultura que, por más de cuatro siglos, ha alimentado y “vectorizado” al individuo y a la comunidad, a las instituciones y a los proyectos que, en ciertos momentos, han asumido pretensiones faraónicas o luciferinas hasta el punto de culminar en los holocaustos y genocidios que caracterizaron el siglo pasado. Los horrores - de los cuales aún hoy llevamos las cicatrices - fueron tantos que el siglo XX ha sido definido, por algunos estudiosos, como el “siglo del miedo” (G. Pinzani), “del odio” (G. Mariani), “del mal” (A. Besançon) “del dolor inocente” (P. Dobloni), “de las ideologías” (K. Dracher), “del ocaso” y “del naufragio” (O. Spengler, H. Blumenberg).


2.1) Se trata de la racionalidad promovida y alimentada de modo particular por el Iluminismo. Es la razón omnisciente que, alérgica a todo límite, mortificando el Pathos (la dimensión de la ternura, de la afectividad y de los sentimientos) ha hecho del Occidente (como ha denunciado la Escuela de Frankfurt, a través del pensamiento de sus fundadores, T. Adorno y M. Horkehimer, creadores de la así llamada “teoría crítica”), la tierra de la razón calculadora, despótica y autosuficiente. Es el Logos autoreferencial o autocéntrico, sordo a toda otra voz que no sea la suya o que no se deje disciplinar, enjaular, manipular según sus intereses y pretensiones. Con esta actitud altanera y comportamiento dictatorial, condenó al silencio, a la marginalidad o al absurdo, otras dimensiones fundamentales y constitutivas de la existencia (como la racionalidad simbólica, hermenéutica, poética, mítica, etc.) e infinitos aspectos de lo real que no se dejan capturar por el pensamiento que procede con método geométrico y “matematizante” (B. Pascal diría esprit de géométrie)


La caída de los grandes mitos sustentados por esa razón omnisciente y totalitaria - mitos con los cuales el hombre occidental daba significado a su vida, a su lucha y justificaba el sacrificio de generaciones enteras - ha provocado una generalizada crisis de sentido que alcanza hoy proporciones enormes, planetarias. Esta situación general de angustia y desencanto, de temor e inseguridad porque los fundamentos de acero en los cuales se apoyaba la costrucción del Occidente se han revelado de plástico biodegradable, nos hace sentir como náufragos en alta mar. Es un naufragio en el cual vemos hundirse la nave sin tener los elementos ni teóricos ni prácticos que nos permitan una eficaz reparación. El desconcierto y la perplejidad crecen y en la mayoría de los pasajeros se ha debilitado el optimismo y la voluntad porque no hay tierra a la vista y estamos sin mapa ni brújula que oriente hacia aguas menos tormentosas o puertos acogedores.

martedì 10 novembre 2009

Pensamientos



"El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son y de las que no son" (Protágoras, filósofo y matemático griego)


"Muchas son las cosas extraordinarias, pero no hay nada más sorprendente (extraordinario) que el hombre" (Sófocles, poeta y sabio griego)


"La rosa florece porque florece, no tiene un porqué.
No presta atención a sí misma, y no pide que tú la mires" (Angelo Silesio)


"El supremo paso de la razón está en el reconocer que hay razones que la sobrepasan. Es más bien débil si no reconoce eso" (Blaise Pascal, filósofo y matemático francés)


"Si alguien me demostrara que Cristo está fuera de la verdad y si fuera efectivamente verdadero que la verdad no está en Cristo, yo preferiría permanecer con Cristo más bien que con la verdad" (Fedor Dostoevskij, escritor ruso)


"El hombre es un ente tan vasto, variado y pluriforme que toda definición es siempre limitada" (Max Scheler, filósofo alemán)


"La ambigüidad del homo sapiens es un lugar común, antiguo. Laudes y desprecios han sido abundamente vertidos sobre él. Para algunos es algo así como una "obra de arte del cielo"; para otros, en cambio, es el "único error de la Naturaleza" (A. J. Heschel, pensador hebreo)


"La bondad no es solamente la respuesta al mal, es también la respuesta a la ausencia de sentido" (Paul Ricoeur, filósofo francés)



El corazón de la razón está en las razones del corazón




1) ¿Cuál es nuestra condición existencial? La descripción que de la condición humana hizo Blaise Pascal (1623†1662) - el genial matemático y físico francés - es siempre un punto de referencia fundamental. Polemizando contra una razón arrogante que pretendía agotar lo real con el método geométrico y apuntaba también a hacer del hombre una especie de equación que se resolvería con el método empírico, Pascal escribía: “Nosotros navegamos en un mar amplio, siempre inciertos y fluctuantes, suspendidos de un extremo al otro. Cada lugar en el cual pensamos tirar el ancla y detenernos basila y nos abandona, y si lo seguimos escapa a nuestro tentativo de posesión, se escurre entre nuestras manos y se aleja huyendo eternamente. Nada está quieto para nosotros. Es la condición natural y, todavía, la más contraria a nuestras tendencias. Ardemos del deseo de encontrar un lugar estable y una última base segura para edificar una torre que se eleve al infinito, pero nuestros fundamentos se agrietan y la tierra se abre bajo nuestros pies hasta los abismos más profundos” (Pens. 72).


2) Crisis del sentido. En el nuevo escenario postmoderno del tercer milenio (Cf. el artículo del Blog con el título Postmodernidad y nihilismo), esta experiencia de ser naufragos en alta mar que de por sí parece caracterizar la existencia, se vive en modo todavía más angustiado y problemático. El hecho se debe no sólo a la ausencia de paradigmas antropológicos creíbles sino también al caos del conocimiento científico pues éste se ha astillado en mil fragmentos produciendo así una “crisis de sentido”. La multiplicidad de disciplinas y los distintos órdenes en los cuales el saber moderno se expresa, paradojalmente, en cambio de asegurar, obnubila, empaña o complica el tema del sentido. Vivimos en un espacio de saber siempre más complejo, constituido por mil fragmentos, una especie de archipielago hecho de islas innumerables las cuales no encuentra un lenguaje común para comunicarse y diseñar la figura de una totalidad significativa.


2.1) Tiene sentido la pregunta por el sentido? Parece que los puntos de vista de carácter científico acerca de la vida y del mundo se han multiplicado de tal modo que, de hecho, estamos en presencia del fenómeno de la fragmentación del saber. Y este hecho hace difícil y frecuentemente vano el tentativo de la búsqueda de sentido. Parece que en esta montaña de datos y de hechos entre los cuales vivimos y que son la trama misma de la existencia, no pocas personas se preguntan si tenga todavía sentido hacer la pregunta por el sentido. La pluralidad de las teorías que se disputan la respuesta, o los diversos modos de ver e interpretar el mundo y la vida del hombre, no hacen otra cosa que agudizar esta duda radical, la cual fácilmente desemboca en el escepticismo o en la indiferencia o en las diversas expresiones del nihilismo. La consecuencia de todo esto es que el hombre común, disperso entre tantos saberes, temiendo ser objeto de manipulación por los gurúes de turno, se cierra más en sí mismo y, como Narciso, termina mirando sólo su propia imagen. Gana espacio una libertad anárquica, el culto de las emociones fuertes y la dictadura de los deseos sin límites y sin frenos.


3) Interrogantes de fondo. En este clima inquietante, agravado por la experiencia del mal que no deja de herir individuos, comunidades y pueblos enteros, surgen preguntas relevantes: ¿es posible la fraternidad? ¿Y si es posible, cuál es el precio? ¿Si es verdad que la razón es lo que caracteriza al hombre, por qué es siempre más difícil ser hombre y ser racional? ¿No es verdad que, no obstante las proclamas y las conquistas de los derechos humanos que han marcado la modernidad, continua prevaleciendo Caín sobre Abel? ¿No tiene razón el escritor A. Camus (1913†1960) cuando percibe el símbolo de la humanidad en la figura del mito de Sísifo, el cual fue condenado por los dioses del Olimpo a empujar con sus propias manos la pesada roca hasta la cima de la montaña para después verla rodar hacia el valle, y así sucesivamente, infinitamente, sin solución de continuidad? ¿No es verdadera la famosa sentencia “el infierno son los otros” que J. P. Sartre (1905†1980) escribe en su obra A puertas cerradas? Recordamos que tal sentencia tenía ya su precedente en la nota afirmación “homo homini lupus” (el hombre es el lobo del hombre) del filósofo inglés T. Hoobes (1588†1679).


La experiencia individual e histórica no permite descalificar tales lecturas. Innumerables son ya los holocaustos y los genocidios perpetrados por el hombre. Pero, ¿no es verdad que también se puede decir - y sin por esto caer en sentimenalismos acalambrados - que el hombre es “animal amans”, es decir, un animal que ama, animal amante? ¿No autoriza a hacer tal afirmación la presencia entre nosotros de grandes hombres como, por ejemplo, un M. Luter King, un Gandi, o un san Francisco de Asís? ¿El hombre es un ser “para sí mismo”, una ostra cerrada, hermética impermeable a la voz de los otros? ¿O el hombre es también, y sobre todo, un “ser para los otros”?


4) La seriedad de las preguntas. Las interrogaciones precedentes están alimentados por una preocupación de fondo: ¿el hombre es un ser que debe considerarse puramente racional o, sobre todo, además de las “razones de la razón” hay que consider en él las “razones del corazón”? Dicho en términos más breves y radicales: ¿“Pienso, por lo tanto, soy” (Descartes) o, más bien, “Amo, por lo tanto, soy”? - como sostiene el personalismo dialógico, buena parte del existencialismo y también de la psicología y de la pedagogía actual -. La radicalidad de las preguntas requiere un ejercicio de pensamiento amplio, no unilateral o reduccionista porque está en juego el rostro humano auténtico, de cada “yo”. La seriedad de las preguntas, tanto en el plano teórico quanto ético, pone en cuestión las máscaras con las cuales ocultamos y deformamos el yo que, agónica y amorosamente, estamos llamados a edificar, a ser. Y, entiéndase bien, no se trata de la pregunta general acerca de “quién es el hombre”. Se trata, más bien, de la pregunta: ¿quién soy yo? Y, sobre todo, de la siguiente: ¿No resuena en el corazón del hombre una voz que le dice, no obstante tantas caídas y traiciones, que sólo llega a ser sí mismo en la medida en la cual es “para los otros”? Para decirlo con la famosa expresión del rabino Hillel: “Si no soy responsable de mí, puedo decir auténticamente ‘yo’? Pero si soy sólamente responsable de mí, puedo seguir siendo yo?”.


5) ¿Cogito ergo sum? ¿O, más bien, Amo ergo sum? “Pienso, por lo tanto, soy” es la nota intuición de R. Descartes (1596†1650). Desde aquí se ha generado una antropología caracterizada por la razón despótica, faraónica, que nos ha llevado a endiosar el Yo-pienso y sus intereses y a considerar el Otro y lo otro como una simple herramienta o un medio para nuestras conquistas o satisfacciones. En nuestra cultura postmoderna, en la cual, repitiendo la lógica autoreferencial de Narciso, cada uno de nosotros tiende a curvarse sobre sí mismo alejándose de los otros en una especie de alergia sociológica, es urgente encontrar no sólo el sentido último de la vida, sino, y sobre todo, el sentido de la vida cotidiana. La fragmentación en la cual vivimos y el narcisismo siempre más acentuado así lo exigen, si no queremos sucumbir y ser víctimas de nuestras propias manos. El secreto está, quizás, no tanto en poner al centro el pensamiento (ratio, cogito) como hasta ahora ha hecho el hombre occidental, sino en poner, come eje vector el afecto o amor.


6) ¿Animal racional o animal amante? Quizás el hombre no es tal porque es “animal racional” - como decían los griegos y todo el positivismo cientista ha subrayado, mortificando así dimensiones esenciales de la existencia, como, por ejemplo, la ternura. Sino que el hombre es tal porque “ama y dona”, y porque ama y dona - he ahí el secreto - razona y piensa. Esta posición (sostenida hoy por buena parte de la filosofía fenomenológica) que invierte la lógica tradicional, significa que no es el conocimiento sino el amor la fuente o el espacio de la inteligibilidad. No es el conocimiento el fundamento del amor, sino que el amor es el fundamento del conocimiento. Este último sería un rayo del amor, un momento del amor y no su fundamento. El filósofo francés J. L. Marion, el padre de la fenomenología de la donación, oponiendose a Descartes, sostiene que no es el Cogito el eje portante del rostro humano, sino el Amor (Cf. Le phénomène érotique, Paris, Éditions Grasset &Fasquelle, 2003). En efecto, el verdadero rostro humano no se alimenta sólo del “amor a la sabiduría” sino de la “sabiduría del amor” que no niega ni cancela el cogito o ratio sino que lo asume, lo humaniza y lo orienta hacia un horizonte más grande, es decir, menos logocéntrico y más heterocéntrico. Se trata del horizonte del dono.


6.1) Más que un sentimiento. El amor no es un simple sentimiento o una emoción pasajera o intensa. Esta última es enamoramiento pero no necesariamente da el paso hacia el amor. Ya E. Fromm, el psicoanalista alemán, sostenía que el amor es la voluntad de promoción del otro, es afirmar al otro en su diferencia. Por lo tanto el amor es mucho más que una pasión o un afecto y es, además, mucho más que conocimiento. Es, más bien, lo que hace posible el conocimiento. Sólo quien ama conoce, recoje y protege la diferencia. Quien no ama no busca y si recoje no es para proteger ni promover, sino para mercantilizar, acaparar y depredar, como la racionalidad científico-tecnológica ha hecho en estos dos últimos siglos, llevándonos sin solución de continuidad hacia escenarios apocalípticos y hoy día muy pero muy cerca del eco-cidio (muerte de la madre tierra).


7) Conclusión Desde la época de R. Descartes y G. Galiley 1564†1642 hasta poco tiempo atrás, los afectos eran considerados secundarios en el mundo de la filosofía respecto al pensamiento teórico. Éste basa sus análisis en las representaciones y abstracciones. Se comienza a hablar de odio, amor y de los diversos afectos sólo sobre la base de un ego (=yo) , ya constituido. El amor, en otros términos, es visto como una pasión del ánimo y no como un constitutivo o constituyente originario del ego. En cambio, gracias sobre todo a la fenomenlogía del dono (sin tener en cuenta ahora todo el aporte de la psicología y de la pedagogía) tenemos que aprender que el amor y el odio preceden el ego y llegan o arriban en vista de su misma constitución. El asunto se transforma y se puede hablar de una razón amante y de un corazón pensante. Para decirlo en términos pascalianos: las razones de la razón están en el corazón sin que por esto la razón sea humillada. Al contrario, supera una perspectiva logocéntrica. No la razón sin el corazón o viceversa. Sino, más bien, el segundo en la primera como su alma secreta.




La caída de los mitos modernos (Segunda Parte)

Los mitos de la racionalidad moderna






II) Los mitos de la Modernidad o “absolutos terrestres”

A) Daremos una ojeada, acompañándolos con breves comentarios teorético-críticos, y sin pretensión de agotar el tema, a algunos de los mitos más significativos de la época precedente: la Modernidad. Como señalabamos más arriba, la caída de tales mitos o “absolutos terrestres” ha dejado el Occidente sin puntos de referencia fuertes o creíbles, abriendo, de este modo, la puerta a un espacio socio-cultural nuevo, “otro”, conocido como Postmodernidad. Una época queda a nuestras espaldas (Modernidad) y nos adentramos en un momento u horizonte totalmente diferente. No se trata de cambios al interior de la cultura sino de un cambio de cultura; no se trata de cambios en nuestra civilización sino de un cambio radical de civilización.

B) Postmodernidad. El cambio, como dijimos, se debe a la disolución de los mitos de la Modernidad. Entramos así en la época de la Pos-modernidad. Con este término se designa el emerger de factores nuevos, que en cuanto a extensión y eficacia se han revelado capaces de determinar cambios significativos y radicales, esencialmente perturbadores. En efecto, es la “época en la cual, a diferencia de la precedente, ya no se puede pensar la realidad como una estructura sólidamente anclada en un único fundamento que el pensamiento tiene la función de conocer y la religión tendría la misión de adorar. El mundo plural en el que vivimos, sin centros ni jerarquías, policéntrico, no se deja interpretar por un pensamiento que pretenda, a cualquier costo, unificarlo en nombre de una verdad última y universal” (G. Vattimo).
En otras palabras, están desacreditados, porque después de tantos fracasos ya no pueden justificarse, los “grandes relatos” o - según la feliz expresión del filósofo J. F. Lyotard - las meta-narraciones directivas. Dicha expresión se refiere a todas aquellas lecturas (positivismo, marxismo, socialismo, comunismo, progresismo...) que pretendían espejar, como una fotografía, la estructura objetiva, indeleble de la realidad. Tal estructura eterna que la razón aferraría en modo claro y distinto es directiva o normativa porque el pensamiento debería obligatoriamente reconocerla y debería, sobre todo, conformarse o adecuarse a ella tanto para la descripción del mundo, como para las decisiones morales. Estos mega-relatos tenían la función de ofrecer una visión integral y unitaria de la vida y de la historia humana. En síntesis, garantizaban el sentido.

En los últimos decenios de la historia del pensamiento occidental la credibilidad en esas meta-narraciones se ha perdido y se ha difundido la convicción (y la sensación) no sólo en el mundo intelectual, sino también en la gente o el pueblo en general, que ya no tiene lugar la pregunta por el sentido. En efecto, la pluralidad de teorías que se disputan la respuesta o los diversos modos de ver y de interpretar el mundo y la vida del hombre, no hacen más que agudizar, complicar y empañar la cuestión. El tema del sentido, en el carnaval de las interpretaciones actuales, fácilmente desemboca en un estado de escepticismo y de indiferencia o en las diversas formas de arbitrariedad o anarquismo que asume la libertad cuando está desorientada. En otras palabras: para el hombre actual o postmoderno, el tiempo de las certezas (de todo tipo) que daban sentido a la vida, pertenecería irremediablemente al pasado; ahora, este hombre debería aprender a vivir en un horizonte de total ausencia de sentido, regido por lo provisorio y fugaz. Dicho esto, pasamos ahora a presentar y comentar sucintamente los mitos que han llevado al desencanto.

1) El mito de la razón omnisciente y omnipotente, que todo ilumina y esclarece, ha revelado, más allá de sus méritos innegables, un perfil inquietante e indócil, turbulento y dictatorial. En los dos últimos siglos se ha manifestado preferentemente, no como una luz que ilumina y calienta, sino, más bien, como una antorcha que, con frecuencia, incendia y transforma en cenizas todo lo que toca. Sus alianzas con las ideologías totalitarias, ha elaborado antropologías de estilo colectivista, diluyendo el yo y el tú en un “nosotros” indiferenciado, homologante, cancelando así la unicidad irrepetible del sujeto humano, eliminando la diferencia. En otras palabras: la razón no sólo ha traicionado el sueño de alcanzar una “tierra prometida” (socialismo, marxismo, nacionalsocialismo, comunismo, etc.) sino que por la violencia ejercida en nombre de sus antropologías reductivas y por tantas pretensiones desmedidas inadecuadas a sus logros reales, se ha revelado no como la “diosa razón”, sino más bien, como un “ídolo con los pies de barro”.

2) El mito de la Historia. No hay ninguna historia universal que tenga un final feliz y que, en cuanto global, involucre a todos los hombres indistintamente. La humanidad en su conjunto no va a ninguna parte. Es decir, ha madurado la consciencia que no hay un único curso de la historia que desemboque en una única civilización humana de la cual Europa o el norte del mundo serían la guía y el punto culminante.
Buena parte de la filosofía del “Novecento” le ha objetado a Hegel su idea de que la única condición para poder hablar de una historia universal era suponer que el hombre podía identificarse con el absoluto, con Dios. Pero el hombre es finito, contingente y no tiene tales cualidades, además de estar saturado de intereses, pasiones y preferencias que obnubilan su pretendida objetividad y universalidad. Por lo tanto es difícil hablar del significado universal de la historia y, en consecuencia, es mejor dejar de lado tal concepción que es, además y sobre todo, la pretensión de una voluntad totalizante y totalitaria. Y en caso de que fuera verdad, nuestro perspectivismo y condicionamientos nos impiden saber algo sobre ella.

2.1) Respecto de la historia, hay que considerar también, y como dato relevante, la enseñanza del pensador hebreo alemán, Walter Benjamin, el cual, con su texto Tesis de la filosofía de la historia (1940) nos ha enseñado que la Historia la escriben los vencedores dejando en la sombra o demonizando a los vencidos. Son quienes detentan el poder los escribas de los manuales de historia que todos repetimos como loros es decir, con escasa o ninguna consciencia crítica. Desde el trono de los vencedores o “elegidos” se hilan los hechos precedentes en modo tal que todos los eventos se encadenen para concluir, como consecuencia lógica e inevitable, en el status de los vencedores.

Todo lo precedente es una legitimación del poder por ellos conseguido. Lo anterior no es más que un preámbulo que bautiza en nombre del dios de turno o de las ideologías (derecha o izquierda) el poder oficial. No es casualidad, conviene aquí recordar, que cada gobierno, cuando asume el poder, se aboque inmediatamente a realizar reformas académicas y pedagógicas. Hoy sabemos, gracias a Walter Benjamin y a la presencia consistente de las culturas “otras” (nuestra sociedad, sobre todo en las grandes ciudades es un tejido multiétnico, multicultural y politeísta) que no hay una Historia global, sino muchas historias, tantas como hombres, culturas y etnias hay en el mundo. Por lo tanto, el hombre postmoderno no alimenta pretensión alguna de embarcarse en la creencia de una Historia universal, planetaria, con final hollywoodiano, porque en el fondo del corredor - los hechos sangrientos del siglo XX lo demuestran - nos espera el más frío desencanto. No hay más que pequeñas biografías, con conexiones casuales, sin ninguna destinación final en la cual confluyan necesariamente otros hombres y destinos.

2.2) Ilustramos las reflexiones precedentes subrayando tres actitudes y comportamientos fundamentales para la comprensión del tema.

A) El cristiano, al menos hasta el mil novescientos sesenta (Vaticano II), concentraba su atención en el “más allá”, descuidando irresponsablemente el “más acá”;


B) el laico, por su parte, concentraba sus esfuerzos en la ciudad futura del bienestar y de la concordia proféticamente proclamada, como destino o necesidad ineludible, por las grandes ideologías del “novecento”. Tal ciudad, sobre todo, después de la primera y de la segunda guerra mundial y, últimamente después de la caída del muro de Berlín y la fragmentación de la ex Unión Soviética, se ha revelado una quimera. El sentido común y los que se ocupan teóricamente del tema concuerdan en que ha sido una delirante utopía alimentada por una infinita fila de cadáveres de los cuales hoy día ni memoria queda (los conflictos armados del siglo XX han causado unos doscientos millones de muertos, en su mayor parte civiles).


C) Pues bien, después de tantas traiciones, desilusiones y disoluciones que, conviene subrayar, ahora alimentan la “crisis de la esperanza”, el hombre postmoderno rechaza - y con muy buenas razones - tanto el sacrificio a largo plazo (porque el futuro preparado precedentemente no es otro que este “hoy” caótico e incierto que el ciudadano del Tercer Milenio vive) cuanto el paraíso celeste que las religiones proponen como meta ultraterrena. Esta última, a decir verdad, es un territorio al cual ya nadie piensa con pía devoción. Si existe, es, para nosotros, indiferente. Si siempre ha estado presente, hoy día la ambigüedad de la fe es un hecho evidente, al punto que uno de los pensadores más importantes de Italia, Gianni Vatimo, promotor del “pensamiento débil”, ha escrito, dando expresión a un sentir general, un libro cuyo título es “Creer que se cree”.

2.3) Lo importante para el hombre postmoderno es vivir bien y satisfecho “aquí y ahora”, el resto es un discurso consolador, mera poesía para los espíritus que no son capaces de estar a la altura de la circunstancias y, por lo tanto, necesitan fiarse de las recetas de los más diversos prestidigitadores que hablan de futuros paradisíacos. Rechazando falsas ilusiones, tanto celestiales como terrenas, el hombre contemporáneo no pretende ni ser santo, ni mártir, ni héroe ni cobarde, sino simplemente “humano”. No se siente tiranizado por ningún “deber ser”, por ningún tipo de imperativo moral, categórico (E. Kant), ni mucho menos por las llamas del infierno. No se mueve más entre la dramática tensión del esquema tradición/revolución que caracterizó la vida del Occidente desde el siglo XVIII hasta la mitad del siglo pasado, aproximadamente. Vivimos, y esto es un hecho que se impone sin discusión, en la época de las “pasiones tristes”.

2.4) En tales condiciones, desencantado, el hombre postmoderno se instala - por no decir “atornilla” - con toda su potencialidad y, paradójicamente, en total incertidumbre, en la finitud. Desde tal perspectiva, su esfuerzo se concentra, sobre todo y ante todo, en vivir tan sólo el momento presente fugitivo, inasible dando cabida al “culto de las emociones fuertes”, sin tener en cuenta riesgos ni situaciones que con frecuencia lo conducen a la muerte.

Para el hombre postmoderno, desilusionado de los brujos de los últimos tiempos, todo tiene que ser conseguido “aquí y ahora”, sin mediaciones, sin tiempos expiatorios o dilaciones. Todas las ganas, de cualquier tipo que sean, tiene que ser saciadas en modo inmediato, satisfechas en el momento, porque el mañana y el pasado mañana son, a todos los efectos, como ha demostrado el curso de los eventos del siglo XX, totalmente inciertos y engañosos.

Por lo tanto, todo lo que va más allá del “aquí y ahora”, de la vida del momento, dado que no hay una Historia universal que tenga un final feliz (hollywoodense) ni una razón metafísica que pueda demostrar fundamentos últimos, tiene que ser dejado de lado porque es una utopía irealizable. Las “tierras o patrias felices” son un invento de románticos trasnochados o de ideólogos al servicio de mezquinos intereses. Dicho en otros términos: conjuras para domesticar la conciencia y acrecentar las riquezas de los poderosos de la tierra a expensas de la muerte y el hambre de millones de hombres pensados como apéndices o instrumentos, o números sin rostros.

Si el marxismo prometía un “continente de la libertad” en el cual estaba superada para siempre y para todos la necesidad (la sociedad sin clases), hoy, defraudado de tal quimera, el hombre occidental, quiere vivir en la “isla de los famosos”. Es decir que, sin remordimiento alguno, toma distancias y se aleja lo más posible de la masa, porque alimenta, aunque hable de derechos universales, de justicia sin discriminación y de igualdad (otros tantos mitos creados por la Modernidad), una especie de asco ontológico por la muchedumbre (expresión que está en lugar de “repugnancia por la negrada”). Emblemático de este modus vivendi es el film mexicano La zona.