mercoledì 18 novembre 2009


"No temas tanto la muerte, sino más bien, una vida insulsa, escuálida".

La frase que da inicio a esta breve reflexión es del escritor Bertolt Brech. En su obra dramática "La madre" (1932), obra de tono marcadamente revolucionario y socialista, Brech pone tal frase en boca de uno de los personajes.

La frase nos sugiere a nosotros el esfuerzo de la reflezión en orden a abrir el pensamiento y lanzar una mirada aguda y penetrante al misterio de la vida. Más que temer la muerte - que está siempre en la puerta y que, el día menos pensado cruza el umbral y nos dice que el tiempo del cual disponíamos para edificar un rostro humano se ha ya terminado - tendríamos que temer una vida insulsa, escuálida, vacía. Es la vida de la dispersión banal y egoísta, la vida de un yo centrado espasmódicamente en sí mismo, ciego y sordo al rostro y a los lamentos o necesidades de los otros.

El pecado - si queremos expresarnos con un término de tono religioso - no está tanto en el mal que hacemos, sino sobre todo, en el bien que dejamos de hacer, por indiferencia, porque estamos obnubilados o enceguecidos detrás de nuestros mezquinos intereses y no dirijimos más la mirada hacia el otro. El pecado contra la vida es eso: atornillarse en la lógica de Narciso y no tener ojos que para nuestra propia imágen.

Y tal pecado no es sólo herir la vida, lastimarla o contaminarla de una lógica necrófila, sino, y sobre todo, es privarla de sentido porque la narcotizamos en un placer egoístico o la desdibujamos en un individualismo despiadado, cancelando así su sentido profundo. Y el sentido profundo se identifica no con el tener o el poseer, con la vida indiferente y sin compromisos, con una libertad caprichosa que piensa sólo a sus derechos y no conoce o se desinteresa de sus obligaciones y responsabilidades. Esa es la patología del sistema imperante, político y económico, que nos hace idiotas útiles aunque estemos convencidos de ser protagonistas.

El pecado contra la vida, el hacer que sea insulsa o escuálida, consiste en vivir con la lógica del puño cerrado que solamente para depredar o arrancar se abre y no, en cambio, con la lógica de la mano abierta que todo sabe compartir haciendo nuevo y soleado todo encuentro.

La frase del escritor Bertolt Brech nos deja una gran enseñanza o lección. No es la muerte que debemos temer porque antes o después llega e inevitablemente, sino una vida vacía porqué la hemos alimentada con la lógica de Narciso. Todos conocemos la historia pero conviene recordarla.

Narciso es el jóven de la mitología griega que miraba patológicamente su propia imagen reflejada en las aguas del lago y no dirigió más la mirada hacia los otros. La atracción de su imagen era tal que Narciso terminó ahogado en las aguas del lago, tratando de alcanzar su misma imagen. Moraleja: Narciso no sólo condenó a la soledad a los otros, sino que él mismo perdió su propia identidad en una autocontemplación absurda porque no es mirándose al espejo que se puede lograr la comprensión o la inteligibilidad de sí mismo. Agrego, como dato anecdótico, que ni siquiera los dióses derramaron una lágrima por su deceso.

Su vida fue inútil, como la de tantos de nosotros que buscamos la imagen nuestra en el tener, el poseer o el aparentar. Es el retrato del hombre postmoderno que se busca a sí mismo en las vidrieras de los supermercados o de los shopping, ocultando y alimentando con las compras una vida vacía, chata, antesala de una muerte anunciada a corto plazo.

Es bueno recordar también que Narciso es esa linda flor que crece en primavera y que los antiguos la usaban como un soporífero porque hace dormir, nos aleja de la realidad, nos droga, nos aliena. Una "linda flor" pero que no trae vida sino vacío y muerte, vida escúalida, insulsa, como dice la frase de Brecht la cual nos sugiere cambiar de registro o de lógica Sólo así la vida recuperará sentido y su sabor auténtico.


Dicho con otras palabras: quien no vive para servir no sirve para vivir porque no hace otra cosa que mirarse embelesado o patológicamente a sí mismo, ignorando que tiene sus días contados, como el joven del cual nos hablaba el mito griego


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