martedì 24 novembre 2009

Una cuestión siempre abierta


¿Dónde está tu Dios?

1)Es la pregunta que a lo largo de toda la historia humana no ha dejado de hacer el hombre inocente que, en carne propia, vive, en modo atroz e indecible, el dolor físico y el sufrimiento moral y psicológico que sabe inmerecido. Si hay un Dios buono que ama sus criaturas, ¿por qué entonces sufren los inocentes? ¿Por qué triunfa el verdugo sobre sus víctimas?

El siglo pasado, con sus holocáustos y genocidios, es un testimonio veráz del dolor y de la pregunta del inocente. Después de Auschwitz e Hiroshima, de los centros de detención y de tortura soviéticos, después de Vietnam y de las guerras intestinas de Africa y América latina, en fin, despues de tanta barbarie - y sin tener en cuenta ahora los focos bélicos de este siglo XXI - la pregunta se impone: ¿Es posible hablar todavía de Dios? ¿Es posible que ese nombre tenga aún sentido para nosotros? ¿Los ojos que han visto tanta muerte, pueden aún buscar los ojos de Dios?

Muchos siglos atrás, Job, el personaje bíblico encarnación del dolor de los inocentes, decía a su Dios: “Yo grito y tu no me respondes”. “Estoy frente a ti y tú no me miras”. La pregunta se asoma otra vez al horizonte: ¿Quién es el Dios que parece ser sordo y ciego a la voz y al sufrimiento de sus criaturas? Más cercano a nosotros en el tiempo, en el siglo pasado, también el escritor Albert Camus dejó inmortaladas estas preguntas en varias de sus obras. Basta recordar su novela "La peste".

2) Para responder, - si es que tales preguntas admiten una respuesta - recupero el testimonio de un gran escritor hebreo, Elie Wiesel. En su romance autobiográfico que tiene por título “La noche”, narra un hecho dramático. Un día, tres prisioneros hebreos intentaron la fuga del campo de concentramiento nazista. Fueron perseguidos y capturados. Se los condenó a morir en la horca, en presencia de todos los demás prisioneros. De los tres, dos tenía una edad avanzada, eran muy ancianos, el tercero, en cambio, era joven. Los dos ancianos murieron en pocos minutos, pero el más joven combatió con la muerte por más de media hora. Un cuadro absurdo, terrificante, inhumano. En el curso de este trágico espectáculo, se siente una voz que grita: ¿Dónde está tu Dios?. Y otra voz responde: “Tu Dios está ahí, colgando de la horca”.

2.1) Esta respuesta puede tener dos sentidos. A) De una parte, tal voz ha querido decir que en el inocente que muere, Dios muere, dado que un Dio que no protege sus criaturas, parece no tener algun tipo de existencia. No es posible que exista un Dios bueno que permanezca lejano y no intervenga, frente a las atrocidades que sufren sus hijos. Por lo tanto, Dios mismo muore.

B) Pero también puede tener un segundo sentido: Tu Dios es el Dios de los inocentes, del justo perseguido y torturado.

Holocáustos y genocidios que padecieron millones de inocentes exige no eludir la gran questión: ¿El Dios bíblico es sólo una ilusión? ¿Tiene que ser considerado muerto porque no ha intervenido? ¿O, en cambio, es el Dios que frente a semejante sufrimiento ha estado presente y se ha hecho compañero y prójimo del hombre doliente?

3) Las interrogaciones precedentes pueden ser abordadas desde tres perspectivas. A) Una niega el polo divino. Afirma que no es posible la existencia de un Dios ciego y sordo al lamento del hombre inocente. Es la respuesta que da el “ateísmo trágico”, trágico pues pone todo el peso de la historia en las espaldas del hombre pero lo deja solo consigo mismo, sin esperanzas y, como dice Sartre, “sin excusas”. Tal afirmación en el fondo es un rendirse al dolor, un claudicar y bautizar la victoria del absurdo.

B) La segunda perspectiva niega el polo humano en el sentido que considera Dios como un déspota, un señor arbitrario y caprichoso que juega con la vida y el destino de sus hijos. Los pone a dura prueba porque con una especie de sadismo quiere ver hasta cuando resiste la fe y la creencia. Dios es aquel que de todos modos tiene siempre razón y el hombre no puede hacer otra cosa que mantener el silencio y agachar la cabeza.

C) Pero también hay otra perspectiva que, aunque deja la pregunta siempre abierta, ayuda a pensar y a vivir otra actitud y otro comportamiento, frente al sufrimiento de los inocentes. Es la perspectiva que da lugar a una práxis de amor comprometido, al ejercicio de la projimidad; que amplía sin discriminaciones el espacio de la bondad, que no es indiferente frente a la suerte de los otros. Es la lógica que vive la fe como donación de sí mismo y sin medida.

Se trata de una fe que no niega Dios ni tampoco condena el hombre al absurdo, sino que acepta sostener el peso y la complejidad de una relación entre el hombre y Dios que no se resuelve en forma teórica o especulativa. Se resuelve en el amar y donar la vida, en curar las heridas y en no dejar pisotear ni manipular al inocente, aún a costo de la propia existencia.

El punto de referencia, el paradigma antropológico que plasma la clave teórica y comportamental del creyente es el Cristo, quien nos ha dejado el ejemplo para que aquellos que ven en él el rostro pleno de la divinidad, fuente de amor inmotivado, no vivan en otra lógica sino en la lógica de la bondad. No hay otro modo de estar en sintonía con el Amante y asumir una fe adulta.

La lógica de la bondad no es sólo la respuesta al mal sino también la respuesta al absurdo y a la desesperación que hoy día parecen instalarse con más fuerza en la mente y en el corazón de tantos de nosotros.

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