giovedì 26 novembre 2009

¡Jardineros y no, en cambio, depredadores del mundo!



En esta reflexión recupero el aporte del Principito, el simpático personaje de Antoine de Saint-Exupéry - que todos los cincuentones conocemos. Él nos exortaba a ser responsables de la rosa, metáfora, de una parte, del rostro único e irrepetible del ser amado, pero también, de otra parte, expresión de la belleza del mundo que nos ha sido donada.

Las espinas no son una excusa. Ellas son la estrategia o las armas con las cuales la rosa se defiende de la mano del hombre, que a veces, aún con buenas intenciones, la arranca o la maltrata con el sólo fin de conseguir un placer estético o para mercantilizar en fiestas especiales.

El Principito nos exortaba ha asumir otra actitud. En otras palabras, nos sugería dejar la lógica del puño cerrado y aprender a abrir la mano, o, mejor dicho a ahuecarla, para que la belleza del mundo sea protegida y pueda florecer sin ser humillada o denigrada.

Fuimos llamados a cultivar y a custodiar el jardín. Es una vocación en la cual está en juego la vida nuestra y de la tierra toda. Si la abandonamos o la descuidamos, nos transformamos en los depredadores del mundo. Una función que Adán, preocupado por ser Dios contra o sin Dios, no siempre ha tenido suficiemente en cuenta.

Hoy la naturaleza está herida porque, queriéndole hacer un bien, paradojalmente la hemos golpeada con nuestros insecticidas y fertilizantes, sin contar la polución ambiental de la cual, al menos en Occidente, somos todos responsables.

Es hora de ahuecar la mano para que la rosa sea tal y Adán se acerque más a Francisco de Asís, otro rostro que nos habla del encuentro con la naturaleza en clave no de dominación sino de cortesía, sin olvidar por esto que también ella nos sustenta.

El Principito y Francisco de Asís nos invitan a cambiar de lógica, de modo que Adán asuma la lógica de la donación y del respeto y se aleje de la lógica necrófila manipulatoria. Se trata de hacer un cambio de paradigma relacional sin caer por esto en ecologismos ideologizados o romanticones. Se trata, por lo tanto, de gozar de la rosa, sin depredarla ni mercantilizarla.

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